Recuerdo
esa película de 1960 a la perfección, aquella conversación que decía algo como: "Yo vivía como Robinson Crusoe, era un naufrago entre ocho millones de
personas, hasta que un día vi pisadas en la arena y la encontré a usted".
Me
levanto del sofá con café en mano y miro detrás de estas cuatro paredes, gotas
de agua en los cristales, y en mis mejillas. Pienso, en silencio, sin hacer ruido.
Yo era como aquel tipo, solo entre tanta gente entre miles y millones de
personas y cuál de ellas sería la que tuviese el pie perfecto para pisar en la
arena de mi isla, de mi abandonada isla. Y apareciste, sin prisas, con un libro
debajo del brazo y ojos que hablaban más que cualquier boca. Yo con miedo de
todo, de la vida en general, hasta de mi mismo, decidí arriesgar, cosa que
hacen los valientes, o eso dicen. Valentía era lo que tú tenías detrás de esa
sonrisa de medio lado y esas manos que parecían decirme: voy a salvarte. Y así
fue.
Me salvaste de tempestades que llegaban justo en el momento en el que yo necesitaba
calma. Me salvaste de los horarios, de mi miedo al tiempo, quitándole todas y
cada una de las pilas a mis relojes y arrancando de mis paredes las hojas de
los calendarios al ritmo de “I want to break free” Me
salvaste de esos sueños imposibles, para nosotros esa palabra estaba
prohibida, conseguimos cambiarla por billetes de ida sin vuelta. Maletas llenas
de fotografías que luego pegaríamos en las paredes de aquel apartamento, ese
apartamento en el que ahora el café es solo para uno, y ya ni se disfruta. La
lluvia afuera y yo aquí, lloviéndome dentro, sin maletas, ni sueños, ni viajes.
SIN TI.
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