domingo, 27 de octubre de 2013

Ilusos nosotros que pretendíamos comernos el mundo, sin saber que hay veces que es el mundo el que nos come a nosotros. Nos vuelve tan pequeños que parece que ya nada puede salir bien. Consiste en pasar una serie de pruebas, la vida es la que más veces nos coloca en la cuerda floja. Entre el todo y la nada. Y que jodida situación esa, eh. 
Nos vuelve débiles y valientes a la vez. Nos sitúa en túneles que parecen no tener salida pero al final, siempre hay luz, lo verdaderamente difícil es encontrar esa luz. Un camino lleno de baches, como el que pretende patinar sobre el hielo sin caerse al menos una vez. Durante ese camino vamos a llorar, a llorar de pena, ese es el peor de los llantos. También reiremos, de esas veces que es necesario parar por las cosquillas que se te forman en el estomago, esa es la mejor de las risas. Pero, lo más importante, vamos a sentir. De esas veces que el sentimiento es tan grande que parece que el corazón se sale por la boca. Un cumulo de sensaciones que acaban al final de ese túnel que la vida te ha construido, has aprendido tanto en un camino tan corto, que parece casi imposible. 

viernes, 11 de octubre de 2013

Recuerdo esa película de 1960 a la perfección, aquella conversación que decía algo como:  "Yo vivía como Robinson Crusoe, era un naufrago entre ocho millones de personas, hasta que un día vi pisadas en la arena y la encontré a usted".
Me levanto del sofá con café en mano y miro detrás de estas cuatro paredes, gotas de agua en los cristales, y en mis mejillas. Pienso, en silencio, sin hacer ruido. Yo era como aquel tipo, solo entre tanta gente entre miles y millones de personas y cuál de ellas sería la que tuviese el pie perfecto para pisar en la arena de mi isla, de mi abandonada isla. Y apareciste, sin prisas, con un libro debajo del brazo y ojos que hablaban más que cualquier boca. Yo con miedo de todo, de la vida en general, hasta de mi mismo, decidí arriesgar, cosa que hacen los valientes, o eso dicen. Valentía era lo que tú tenías detrás de esa sonrisa de medio lado y esas manos que parecían decirme: voy a salvarte. Y  así fue.
Me salvaste de tempestades que llegaban justo en el momento en el que yo necesitaba calma. Me salvaste de los horarios, de mi miedo al tiempo, quitándole todas y cada una de las pilas a mis relojes y arrancando de mis paredes las hojas de los calendarios al ritmo de  “I want to break free” Me salvaste de esos sueños imposibles, para nosotros esa palabra estaba prohibida, conseguimos cambiarla por billetes de ida sin vuelta. Maletas llenas de fotografías que luego pegaríamos en las paredes de aquel apartamento, ese apartamento en el que ahora el café es solo para uno, y ya ni se disfruta. La lluvia afuera y yo aquí, lloviéndome dentro, sin maletas, ni sueños, ni viajes. SIN TI.